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sábado, 19 de junio de 2010

Carlos Monsiváis dio el paso a la eternidad


Hoy ha fallecido uno de los escritores más notables de México, sus letras han hecho reaccionar a muchas mentes pues dibuja la sociedad palpable. Hoy ponemos ante ustedes una entrevista que se le realizó a Carlos Monsiváis por parte de el "Diario Perfil":

Enmascarado con un par de anteojos de marcos gruesos, mantiene su torso enhiesto, y afila su astucia para la estocada. Detrás de ese gesto de insolente firmeza habita un hombre que aborrece las entrevistas. Con imperial displicencia accede a charlar con PERFIL en el lobby sobriamente ornado del hotel donde se aloja. Carlos Monsiváis es el escritor más prolífico e influyente del México actual. En su campo de acción –imposible de categorizar– ha incursionado con idéntica potencia con ensayos, crónicas y fábulas.

Testigo lúcido de las manifestaciones culturales mexicanas por más de medio siglo, resulta sorprendente que los casi setenta años de vida no le impidan avanzar con una retahíla de profusas reflexiones que prodiga con acierto en cada una de sus intervenciones: “Lo que me motiva a escribir es la idea de vencer la primera versión, la que siempre me parece triste. Las siguientes, aunque no me persuaden, se acercan a lo que quería decir, y ya cuando decido entregar, no es que se acerque a lo quería decir, sino que ya se me olvidó lo que quería decir, entonces me enfrento a un texto que por lo menos no me disgusta”.

—Ese obsesivo ejercicio de relectura y corrección que mantiene con sus escritos se contrapone a la lógica de los blogs, una tendencia muy difundida entre escritores, donde se exacerba la inmediatez. ¿Qué le parecen?

—Inevitables. Y eso resume todo lo negativo y positivo, porque lo inevitable carece de signo valorativo.

—¿Inevitables por la transformación tecnológica?

—Sí. Mire, la Biblia dice: “Horrenda cosa es caer en manos de un dios vivo”. Ahora diría: “Horrenda cosa es ser un analfabeto tecnológico”. Pero yo en lo del blog me resisto, porque me volvería grafómano, y no avalo esa necesidad compulsiva de escribir para la Red en una suerte de esclavitud tecnológica. Cuando veo a los que tienen blog, me doy cuenta de que están pensando obsesivamente en el blog, y que no están hablando conmigo sino que están chateando conmigo. Y esa sustitución me alarma. Pero como es inevitable, no sé en qué momento caeré, aunque por lo pronto soy pre-blog.

—¿Y con quién dialoga usted cuando escribe?

—Mentiría si dijera que imagino un público. En principio, escribo para el lector más exigente de mis escritos que soy yo. Una vez que mediaticé mi disgusto, imagino a amigos que me leerían con su mirada crítica aunque atenuada por la amistad, entonces me dirían: “Me gustó, salvo…”, y ese salvo incluiría tantas críticas que yo quedaría demolido, pero amistosamente (risas).

—¿Qué se debe como escritor?

—Escribir una página que me pareciese perfecta. Y luego recapacitar y advertir que puesto que estaba muerto, ya no la podría redactar. También me debo más lecturas que escrituras.

Por lo pronto, Monsiváis se encuentra abocado a la ejecución de los textos que acompañarán los grabados que su amigo y artista, Francisco Toledo, realizó sobre Pinocho, el personaje de Carlo Collodi popularizado por los Estudios Disney. De la misma forma que lo hizo para complementar las imágenes de Nuevo catecismo para indios remisos.

—¿Por qué en “Nuevo catecismo...” fue al encuentro de la religión desde un lugar sin compromisos como la fábula, en vez de hacerlo desde el ensayo?

—Porque me divirtió la idea de lo que habría sido el mundo virreinal en torno de sus fábulas. Nadie puede igualar la fabulación de los clérigos, lo que ahora se llaman supersticiones. Por eso quise buscar un acercamiento al delirio y a la idea de que ese delirio forjaba la fe.

—¿No ve usted una contradicción entre la exaltación del culto católico y la reivindicación de los pueblos originarios que se hace en México?

—No creo. Con el catolicismo hay una fe más que explicable. Sobre todo con la Virgen de Guadalupe, que ha sido un elemento de consolación indispensable para millones. Otra cosa es el papel de la jerarquía eclesiástica, quienes ya no disponen de la autoridad última.

—Usted ha analizado infinidad de manifestaciones de la cultura popular mexicana, desde Juan Gabriel hasta Gloria Trevi ¿Qué le interesa de eso?

—Ver al público, ya que artísticamente no me interesan. Pero ahora este público desbordado de la TV me deja afuera, porque no tengo capacidad ni de describirlo ni de interpretarlo. Ejemplo de ello es lo que ocurre con Betty la fea, una telenovela que se ha pasado en 73 países y ha tenido 14 versiones especiales para cada país. Eso ya me excede, y por eso entonces la política me parece más importante para estudiar, no sólo por sus consecuencias sino porque la gente ahí se individualiza lo suficiente como para tener respuestas emocionales tan diversas que permiten un condición narrativa más amplia.

—Por cierto, el año pasado se involucró por completo en la campaña de López Obrador. ¿Cómo fue ese revés?

—Cuando vino la derrota decidí no quedarme con la condición de derrotado por un sistema que había invertido cantidades gigantescas en campañas de odio, y he seguido esa ruta de la resistencia. Ahora también estoy siguiendo los movimientos ecológicos mexicanos. En México todos los pronósticos indican un agotamiento de los mantos freáticos para 2015. Y esa tranquilidad del grueso de la población ante el apocalipsis, esa suerte de serenidad ante el desastre, me llama la atención. La disputa del agua con los Estados Unidos es muy fuerte y, pese a ello, no se expresa colectivamente.

—Sin embargo hubo experiencias políticas de gran envergadura, como la del Subcomandante Marcos, la cual usted apoyó…

—Marcos fue importantísimo porque situó nacionalmente el drama de los sectores indígenas y del racismo. En ese sentido, ha tenido pronunciamientos muy lúcidos. Sin embargo, en los últimos tiempos ha enfocado sus baterías contra la izquierda que está luchando con armas electorales, como López Obrador, lo que me parece erróneo; además de expresiones a favor de ETA... Veo en Marcos a alguien confundido por el primer éxito, y que después ha emprendido una ruta de condenación universal que no creo que lo lleve lejos.

Portador de una prosa lacerante, Monsiváis hace (ab)uso de su mejor ejercicio: rastrear, descifrar y pulverizar con lucidez las desafortunadas manifestaciones políticas. Con maliciosa ironía, y hasta ridiculizando el discurso, como lo hizo durante años en su emblemática columna en el diario La Jornada. Prolijo jíbaro militante. “Cuando un dirigente obrero dice: ‘Somos más marxistas que el Papa’, eso me maravilla porque siento que nada es tan eficaz como denuncia que lo que ellos mismos dicen al exhibir su nivel cultural y sintáctico.”

—Y por eso, con Vicente Fox usted se hacía un festín…

—Con Fox ha sido un banquete interminable en materia de disparates. Recuerdo cuando fue al Segundo Congreso de la Lengua en España y en su discurso habló de “José Luis Borgues”. La prensa mexicana se le fue encima. Y luego salió en su programa de radio diciendo: “Me critican porque dije José Luis Borgues pero, bueno, cualquiera puede cometer un lapsus bilingüe”. Y eso simplemente me iluminó, porque es un hallazgo notable. Ir tras las declaraciones de Fox no era sólo mi deporte, era un deporte nacional.

Así, ágil e ingenioso, Monsiváis aguarda el momento preciso para pillar a su presa. Su singular erudición no discrimina temas en la vida política, cultural y social del continente, por lo que resulta imposible precisar de dónde saldrá su próxima víctima.

—¿No tiene temores?

—Antes le temía al ridículo, ya no. Ahora les temo a la idea de escribir un texto y al releerlo decir: esto ya lo escribí, y entonces darme cuenta no de que me estoy plagiando a mí mismo, sino que ya me cloné. A eso le tengo mucho miedo.
QEPD (+) Carlos Monsiváis.

viernes, 30 de abril de 2010

El valle de mi infancia - José Rosas Moreno

Salud, ¡oh valle hermoso!
Albergue de placer, donde dichoso
entre sueños espléndidos de amores,
vi deslizarse un día,
cual se desliza el agua entre las flores,
los dulces años de la infancia mía.

Valle umbroso, salud: hoy el viajero
tu abrigo lisonjero
busca ansioso con ávida mirada,
bendice la quietud de tus vergeles,
y reclina su frente ensangrentada
a la sombra feliz de tus laureles.

Aquí esta la montaña, allí está el río;
allá del bosque umbrío
la silenciosa majestad se admira;
allí el lago retrata el firmamento;
la fuente, más allá, lenta suspira,
y agitando los sauces gime el viento.

Allí la cruz está donde, inspirado,
el bien del desgraciado
imploraba con místico cariño,
elevando a los cíelos mis plegarias,
y estas agrestes rocas solitarias
las mismas son que amé cuando era niño.

Pero es otro el rocío, otra la brisa
que hoy el abril te da con su sonrisa;
otras las rosas son de encanto llenas
que brillan entre el césped de tu alfombra,
y otras, y otras también las azucenas
que crecen a tu sombra.

Cual las olas que pasan suspirando
los años van pasando;
un instante con flores se embellecen,
un punto brilla su fulgor mentido,
y al fin se desvanecen
en las oscuras sombras del olvido.

¿En dónde están ahora aquellas rosas
tan puras, tan hermosas?...
Están, ¡oh valle!, donde está la calma
de aquellos bellos días tan risueños;
en donde está mi amor, gloria del alma,
y en donde están también mis dulces sueños.

Yo era feliz aquí; yo me adormía
en plácida alegría,
por la dulce inocencia acariciado,
sin más amor que tú, sin otro anhelo
que amar tus flores y cruzar tu prado,
cantar tus fuentes y mirar tu cielo.

Una tarde las aves se alejaban,
y al ver como volaban,
sentí el alma agitarse en ansias locas
y quise, como el águila atrevida,
cruzar las selvas, dominar las rocas,
y aspirar otro ambiente y otra vida:

Y al huracán seguí; y al ver el mundo
sentí en el corazón horror profundo;
anhelé las tranquilas soledades
donde feliz reía,
y sentí que mi espíritu oprimía
la atmósfera letal de las ciudades.

Gozo y placer busqué, gloria y ventura;
y sólo hallé amargura,
inquietudes y afán, tedio y congojas;
del viento del dolor al soplo ardiente,
cual de tus bellos árboles las hojas,
se secó la guirnalda de mi frente.

En vano allí busqué la dulce calma
y el casto amor del alma:

sólo en la multitud con mis pesares
me confundí gimiendo,
y apagóse perdido entre el estruendo
el tímido rumor de mis cantares.


Esquivando el furor de la tormenta,
cual ave voy que el huracán ahuyenta,
y ansioso busco ahora
en tu silencio plácido y tranquilo,
el apacible asilo
donde al menos en paz el alma llora.
También, ¡oh valle!, a marchitar tus galas
la airada tempestad tiende sus alas;
tus flores huella y con furor se agita
marchitando sus vívidos colores...
¡Dichosas esas flores
que el huracán marchita!

Lejos contemplo ya la infancia mía,
y muy lejos la tumba todavía;
oculto afán me mata,
mi destino en la tierra es muy incierto,
y lúgubre a mi vista se dilata
inmenso el porvenir como un desierto.

Sin oír una voz dulce y querida,
solo estoy en el valle de la vida,
cual el ciprés doliente
que en eterno abandono se consume,
sin guirnaldas de hiedras en su frente,
sin que le dé una flor grato perfume.

Nadie piensa en mi amor, nadie me mira,
nadie por mí suspira;
tan sólo la tristeza con mis dolores gime,
y entre sus brazos trémula me oprime
y reclina en su seno mi cabeza.

E1 alma ardiente que en mi afán seguía
dulce hermana inmortal del alma mía,
me niega su ternura,
y sin oír mi queja,
insensible a mi amarga desventura,
sin enjugar mis lágrimas se aleja.
Ya que en vano la llamo cariñoso
para cruzar con ella el bosque umbroso,
para contarle amante mi querella
y dividir con ella mi alegría,
para soñar con ella
esta sombra de amor que dura un día.

A lo mejor gozar el alma quiere
en el sueño ideal que nunca muere,
del infinito anhelo
en que Dios le revela su destino,
la esperanza feliz del bien divino
con que existen las almas en el cielo.

Aquí morir quisiera
al rumor de tu brisa lisonjera;
pero ¡ay! delirio, mi ansiedad es vana
y el soplo sigo del destino airado...
¡Quién sabe en dónde me hallaré mañana!
¡Quién sabe en dónde moriré ignorado!

Queda en paz, dulce valle, umbroso asilo,
donde existe tranquilo,
plácido albergue de mi amor primero.
Ya va el sol ocultando sus fulgores,
y adiós te dice el infeliz viajero
empapando en sus lágrimas tus flores.



José Rosas Moreno: Nació en Lagos de Moreno, Jalisco en el año 1838

miércoles, 28 de abril de 2010

Silencio en poema - Elías Nandino

Para poder decirte lo que ansío
busco lo más sutil, lo más celeste,
lo que apenas se acerque al alba pura
de iniciar su existencia,
sin haber sido herido
ni por una mirada
ni tampoco por nadie imaginado.

El aroma del sueño,
la estela sin color que va quedando
cuando la nube avanza,
la oración que se eleva de la espuma
al nacer y morir,
la queja que pronuncia la corola
cuando vuela el rocío
o el íntimo gorjeo
del agua que abandona su venero:
no pueden ayudarme
porque ya están violados sus secretos
y opacan la avidez
del solo intento de querer pensar
lo que anhelo decirte.

No hay palabra, ni canto de paloma,
ni roce, ni suspiro, ni silencio,
que puedan expresar la frase virgen
con que yo quiero hablarte.
Es idioma que traigo sumergido
en estado naciente, inmaculado,
que lucha atravesando mis tinieblas
como la luz de estrellas ignoradas
que viene, desde siglos, descendiendo
para tocar la tierra...
Así es la profunda voz sedienta
que llevo atesorada
como raíz de antigua resonancia
en mi marino caracol de entraña,
y que vive conmigo, desde siempre,
brotando del amor inapagado
del amor primitivo de otros seres
que amaron antes, con el mismo amor,
y prosiguen en mí
fundidos en espera
enamorando aún lo inalcanzable.

Para poder decirte lo que anhelo
me falta lo inasible, lo perfecto,
y al no poder tenerlo:
con sombras duras, con dolor desnudo,
con el creciente caos de mi delirio
y el humo intacto del callar que oprimo,
escarbo el pozo donde entierro a solas
la forma del intento,
el inmóvil temblor
de quererte expresar los inexpresable.


Elías Nandino: Poeta mexicano nacido en Cocula, Jalisco, en 1900.

domingo, 25 de abril de 2010

Agonía fuera del muro - Rosario Castellanos

Miro las herramientas,
El mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
Sudan, paren , cohabitan.

El cuerpo de los hombres prensado por los días,
Su noche de ronquido y de zarpazo
Y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra
Y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
Que todavía la especie no produce?)
Los hombres roban, mienten,
Como animal de presa olfatean, devoran
Y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan
O cuando burlan una ley o cuando
Se envilecen, sonríen,
Entornan levemente los párpados, contemplan
El vacío que se abre en sus entrañas
Y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
Soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
Gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,
Déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
De algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.



Rosario Caastellanos: Nació en la Ciudad de México, el 25 de mayo de 1925.

miércoles, 21 de abril de 2010

La confianza del hombre - Guillermo Prieto

Cuando la juventud despavorida,
víctima de delirios y pasiones,
vaga entre incertidumbre y aflicciones,
errante en el desierto de la vida,

¡sublime religión! le das asilo,
consuelas su existir desesperado,
en tus brazos el hombre reclinado
no teme el porvenir, duerme tranquilo.

Cuando la tempestad sus rayos lanza,
tiembla el malvado al rebramar del viento,
mientras del justo a Dios el firme acento
glorifica con himnos de alabanza.

Dulce es al hombre en su penoso duelo,
cuando el tormento pertinaz le aterra,
decir burlando a la mezquina tierra:
“Allí es mi patria”, y señalar el cielo.

Indicadme la mano que atrevida
el velo desgarró de lo futuro:
¿quién es aquel que penetró seguro
el misterio insondable de otra vida?

Nadie: terrible porvenir retumba,
y el mortal ciego que en el mundo vive,
el eco, y nada más, lejos percibe,
que vuelve desde el seno de la tumba.

Se busca el porvenir allá en el cielo,
cree mirarle el mortal, a Dios insulta,
y al señalarle osado, le sepulta
el lodo vil del miserable suelo.

¡Mísera humanidad, cuál es tu suerte!
¡Cuál tu destino que lo ignora el mundo!
¿El placer puro y el dolor profundo
se apagan con el soplo de la muerte?

Como la flor cuando el invierno asoma,
que al frío soplo precursor del hielo,
el tallo inclina en el humilde suelo
sin colores, sin vida, sin aroma?

¿Y aquesta alma que me anima hora,
jamás del linde de la tumba pasa,
cual gota que al caer sobre la brasa
tócala, y al momento se evapora?

No, jamás; nuestra noble inteligencia
nunca perece, que las almas puras
reflejarán por siempre en las alturas
el brillo de la augusta omnipotencia.

¿Qué dio el Eterno, el Padre de la vida,
su lumbre a sol, su animación al mundo,
para hacinar en él el polvo inmundo
de nuestra humanidad envilecida?

Tiemble al futuro el infeliz malvado,
cuando a la muerte atónito sucumba,
que no será su crimen en la tumba
con su asqueroso cuerpo sepultado.

Desprecie los horrores del averno
y burle los misterios de la vida,
cesará el sueño y su alma sorprendida
se aterrará a la vista del Eterno.

Y el justo, con gozo más profundo,
verá de gloria su alma circundada,
cuando en los negros centros de la nada
se pierda el tiempo y se desplome el mundo.



Guillermo Prieto:
Nació en la ciudad de México en 1818

domingo, 18 de abril de 2010

Fusiles y Muñecas - Juan de Dios Peza

CUADRO REALISTA

Juan y Margot, dos ángeles hermanos
Que embellecen mi hogar con sus cariños
Se entretienen con juegos tan humanos
Que parecen personas desde niños.

Mientras Juan, de tres años, es soldado
Y monta en una caña endeble y hueca,
Besa Margot con labios de granado
Los labios de cartón de su muñeca.

Lucen los dos sus inocentes galas,
Y alegres sueñan en tan dulces lazos;
El, que cruza sereno entre las balas;
Ella, que arrulla un niño entre sus brazos.

Puesto al hombro el fusil de hoja de lata,
El kepis de papel sobre la frente,
Alienta el niño en su inocencia grata
El orgullo viril de ser valiente.

Quizá piensa, en sus juegos infantiles,
Que en este mundo que su afán recrea,
Son como el suyo todos los fusiles
Con que la torpe humanidad pelea.

Que pesan poco, que sin odios lucen,
Que es igual el más débil el más fuerte,
Y que, si se disparan, no producen
Humo, fragor, consternación y muerte.

¡Oh, misteriosa condición humana!
Siempre lo opuesto buscas en la tierra;
Ya delira Margot por ser anciana,
Y Juan, que vive en paz, ama la guerra.

Mirándoles jugar me aflijo y callo:
¿Cuál será sobre el mundo su fortuna?
Sueña el niño con armas y caballo,
La niña con velar junto a la cuna.

El uno corre de entusiasmo ciego,
La niña arrulla a su muñeca inerme,
Y mientas grita el uno: Fuego! fuego,
La otra murmura triste: Duerme, duerme.

A mi lado ante juegos tan extraños
Concha, la primogénita, me mira:
¡Es toda una persona de ses años
Que charla, que comenta y que suspira!

¿Por qué inclina su lánguida cabeza
Mientras deshoja inquieta algunas flores?
¿Será la que ha heredado mi tristeza?
¿Será la que comprende mis dolores?

Cuando me rindo del dolor al peso,
Cuando la negra duda me avasalla,
Se me cuelga del cuello, me da un beso,
Se le saltan las lágrimas y calla.

Sueltas sus trenzas claras y sedosas,
Y oprimiendo mi mano entre sus manos,
Parece que medita en muchas cosas
Al mirar cómo juegan sus hermanos.

Margot, que canta en madre transformada,
Y arrulla a un hijo que jamás se queja,
Ni tiene que llorar desengañada,
Ni el hijo crece, ni se vuelve vieja.

Y este guerrero audaz de tres abriles
Que ya se finge apuesto caballero,
No logra en sus campañas infantiles
Manchar con sangre y lágrimas su acero.

¡Inocencia! ¡Niñez! ¡Dichosos nombres!
Amo tus goces, busco tus cariños;
Cómo han de ser los sueños de los hombres,
Más dulces que los sueños de los niños!

¡Oh, mis hijos! No quiera la fortuna
Turbar jamás vuestra inocente calma,
No dejéis esa espada ni esa cuna:
¡Cuando son de verdad, matan el alma!


Juan de Dios Peza: Nace en 1852 en la ciudad de México

jueves, 15 de abril de 2010

Breve romance de la ausencia - Salvador Novo

Único amor, ya tan mío
que va sazonando el Tiempo:
¡qué bien nos sabe la ausencia
cuando nos estorba el cuerpo!

Mis manos te han olvidado
pero mis ojos te vieron
y cuando es amargo el mundo
para mirarte los cierro.

No quiero encontrarte nunca,
que estás conmigo y no quiero
que despedace tu vida
lo que fabrica mi sueño.

Como un día me la diste
viva tu imagen poseo,
que a diario lavan mis ojos
con lágrimas tu recuerdo.

Otro se fue, que no tú,
amor que clama el silencio
si mis brazos y tu boca
con las palabras partieron.

Otro es éste, que no yo,
mudo, conforme y eterno
como este amor, ya tan mío
que irá conmigo muriendo.



Salvador Novo: n. en Ciudad de México el 30 de Julio de 1904